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#SomosSalvador: Violencia, educación y esperanza.

Adentrarse en El Salvador supone ahondar en una herida demasiado profunda. Los salvadoreños todavía tienen muy presentes 12 años de guerra que marcaron la historia del país desde 1980 hasta 1992. Sin embargo, la violencia comenzó mucho antes y continúa hasta nuestros días.

Sumergirse en El Salvador es necesario para entender el porqué del trabajo de la ONG CESAL en prevención de la violencia. El contexto sociológico y psicológico del país nos lleva inevitablemente a dibujar un episodio de posguerra, sobre todo, por los patrones conductuales y esquemas cognitivos que han generado sus ciudadanos (todos los que nos hemos encontrado­ en estos 20 días de grabación). El miedo se asoma en cada comercio transformado en agentes de seguridad armados, se comunica apareciendo en cada conversación con cualquier salvadoreño sea de la clase económica que sea, aparece entre un grupo de jóvenes que se cruza en una calle, –aunque sea céntrica y transitada– o conduciendo entre coches de cristales opacos con los seguros siempre bajados.

La causa está clara; la violencia en este territorio ha sido atroz, cruel y demoledora para el futuro próximo de un país que no supera los siete millones de habitantes. Todos y cada uno de ellos tienen alguna relación con la violencia en mayor o menor medida. El motivo puede ser un combate, un asalto, la desaparición de un familiar o conocido, la extorsión (conocida como renta) de su negocio o el de su vecino, el abuso sexual, la violación, tortura, relación con un genocidio… demasiados sucesos de naturaleza grave o catastrófica que asolan a la comunidad salvadoreña en un estrés postraumático generalizado, tenso y peor todavía, normalizado. Quizá sea eso, la normalización de la violencia, la consecuencia más grave que puedan sufrir los salvadoreños terminando en un estado de deshumanización colectiva: contando las víctimas en números y no en personas, encerrándose –los que pueden– en comunidades aisladas, viviendo rodeados de verjas o alambradas electrificadas, sorteando calles, evitando espacios públicos o huyendo de territorios que es sabido, aglutinan fosas comunes de todavía restos sin nombre a quien nadie se le ha perdido nada.

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Un habitante pasea por El Mozote, donde el Ejercito Nacional (batallón Atlácatl) asesinó alrededor de 1000 personas el 10, 11 y 12 de diciembre de 1981 – Foto Alberto Pla para ONG CESAL #SomosSalvador
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Placa con nombres de niños asesinados por el Ejercito Nacional (batallón Atlácatl) en El Mozote – Foto Alberto Pla para ONG CESAL #SomosSalvador

El Salvador vive el peor año de su historia en cifras de violencia después de 2015 y, aunque muchos, –sobre todo jóvenes– quieren ver una salida a la historia más negra del país, otros más veteranos difícilmente ven una salida alegando que el gobierno está centrado en solucionar el problema matando moscas a cañonazos. La respuesta política del gobierno salvadoreño llamada “mano dura” para solventar el problema de la violencia en el país ha sido dotar de más y mejores armas a la policía, militarizando el país y generar un estado de sitio que –como daños colaterales– estigmatiza y marca a grupos de jóvenes que pueden no tener nada con el conflicto entre bandas (principal objetivo del gobierno­ de FMLN). Sin embargo, el fracaso de “mano dura” ha supuesto redoblar los esfuerzos en un nuevo plan llamado “súper mano dura” el cual el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con motivo de la presentación del Informe Regional de Desarrollo Humano (IDH) de 2013-2014, ya ha advertido que este tipo de políticas no funcionan y aboga más por acuerdos nacionales, prevención y reformas institucionales para combatirla.

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Jardín de las rosas donde fallecieron 5 de los 6 jesuitas en la masacre perpetrada el día 16 de noviembre de 1989, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), de San Salvador (El Salvador), por un pelotón del batallón Atlacatl – Foto Alberto Pla para ONG CESAL #SomosSalvador.

La campaña #SomosSalvador (que llevamos preparando con la ONG CESAL con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional desde 2015 y terminamos de rodar en el país centroamericano) supone en parte un reflejo de la situación actual que vive el país. Después de conocer el difícil contexto y escuchar a actores protagonistas de la sociedad civil, política o distintos protagonistas directos del círculo de violencia, apostamos por una visión más motivadora y optimista de la sensación que puede percibirse en El Salvador. Esta visión la aportan los resultados de la ONG CESAL que en convenio con la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID) oferta talleres y actividades culturales como el mejor vehículo para salir del ambiente de violencia. Para conseguir transmitir esa imagen positiva #SomosSalvador se ha centrado en el rodaje de 6 protagonistas –6 historias reales– junto con un capítulo de reflexión para llegar a comprender el proceso que han llevado a estos jóvenes a sufrir las consecuencias de la violencia. La campaña se adentra en el proceso vital de los chicos y chicas profundizando en sus causas psicológicas o sociales, pero también en el proceso que ha llevado con el apoyo de la organización a ser alguien difícilmente imaginable –según ellos– echando la vista atrás. Chicos y chicas que tras la pérdida de un familiar, las dificultades económicas, la presión de las pandillas o las pocas oportunidades que le aportan las zonas donde residen terminan siendo casos de éxito tras el paso por los distintos programas ofertados.

#SomosSalvador supone el reflejo de un futuro que anhela la sociedad salvadoreña coartada en un escenario de posguerra, pero que organizaciones como CESAL en convenio con la AECID se ha propuesto, –con el motor de estos ejemplos– terminar con la violencia, apostar por la educación y conseguir finalmente un futuro próspero y duradero.

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