Mientras que algunos respiran plata, en las calles huele a podrido. Lo hueles en las barriadas o cantones, pero también en las miradas de los niños, lo hueles en las mujeres; cansadas de cargar el peso que le ha impuesto el machismo, lo hueles en el metal techado de las casas castigadas por la lluvia, lo hueles a la hora del almuerzo con aroma de arroz con frijoles, lo hueles en la impotencia de los jóvenes que no tienen para un trozo de pan con chocolate, pero que te darían su mitad de bocadillo.
Lo hueles en sus sueños, jodidos porque sí, porque nacieron pobres.
Lo hueles en la política con sus interminables promesas, lo hueles en el cansancio de los chavales obligados a estudiar por la noche para poder trabajar por el día, también en sus padres, con la cara castigada por el sol tras una eternidad en el campo.
Lo hueles en los semáforos en forma de malabares. Lo hueles en los parques en forma de peonzas, en forma de esperanzas, en forma de nada porque en realidad no hay nada.
Lo hueles en sus preguntas, en qué habré tenido yo que no habrán tenido ellos. En porqué a mí, en porqué yo y en porqué él.
Pero también hueles la dignidad cuando respiras hondo. Cuando ves a la madre lavar con cariño las manchas del único uniforme que tienen de la escuela. Cuando se matan por cuatro dólares para que no falte el arroz con frijoles. Cuando escuchas a una niña decir que quiere estudiar, que quiere ser alguien y se siente importante, tanto como su hermano. Cuando levantan la cabeza cuando responden de donde vienen. Cuando te comparten su mitad de lo que sea. Cuando aún jodidos estudian, porque muchos estudian, porque a dignidad no les gana nadie. Porque son creativos, porque bailan, dibujan, escriben, ríen y hacen reír. Porque la peonza gira, aunque no haya nada, aunque no pinten nada, aunque huela. Aunque huela.
Fotografía de cover: Panorámica del barrio de Sabanilla, San José, Costa Rica.
